21 de junio de 2011

Capitulo tres

A las doce de la noche, las tres chicas se encontraban ya en el campus universitario. Como todavía no habían acabado el bachiller y sus visitas a la facultad habían sido escasas, se encontraban un poco desorientadas. Así que Lucía, dando muestra de su habitual desparpajo y falta de vergüenza, se dirigió  hacia la primera barra que vió y pidió tres cubatas de algo que le aconsejó un simpático camarero, con el que parecía haber entablado una conversación muy interesante. Por lo que Alba y Julia, viendo la poca intención de Lucía de separarse del camarero, decidieron ir a echar un vistazo. En menos de cinco minutos habian aparecido de la nada dos chicos, según dijeron, amigos del primo de Alba. Uno de ellos, Rodrigo, parecía estar muy interesado en Alba, cosa que a ella le pareció adorable, así que Julia terminó hablando con el otro, un tal Alberto. Era muy divertido y agradable, pero ella no se encontraba bien allí.  Al final, Julia llegó a la conclusión de que tenía que escaquearse e irse con cualquier escusa tonta.
- Perdona, voy un momento al baño ¿eh?
- Vale, te espero.
Julia se extrañó de lo facil que habia sido. Una vez liberada, decidió ir a un lugar tranquilo. Se fue alejando hacia unos árboles donde no parecía haber nadie. Se sentó en el suelo, posó el cubata en la hierba y se quedó absorta mirando al cielo. De vez en cuando se levantaba una fresca brisa, no se oía nada lo que la tranquilizó. Un montón de mosquitos rondaban la luz de la única farola que había por allí. Se preguntó si no habría sido mejor quedarse en casa aquella noche. De repente volvieron a su mente imagenes de la última vez que vio a Sergio. El pulso se le aceleró, no podía respirar, se levantó apoyandose a un árbol. No podía seguir así.
En ese momento oyó a alguien detrás:
- Ah, estás aquí... Imagino que te has ido por mi- Era Alberto. Julia sintió un alivio momentaneo ya que no era Sergio, pero, a la vez, se sintió culpable por Alberto. Él siguió hablando.
- No debería haber venido. ¿Qué me creía? Idiota, soy un idiota.
Julia sintió que debía intervenir.
- No digas eso, tú no tienes la culpa. La culpa es mía, estoy mal porque... porque acabo de salir de una relación muy complicada - no podía creer que esas palabras hubieran salido de su boca.
El problema soy yo. Verás, es que hoy no me encuentro con ánimos para ya sabes... necesito algo de tiempo. Tú pareces un chico genial, de verdad, y me encantaría conocerte, pero, hoy no es un buen día.
- Pues hazlo otro día. ¿Qué tal la semana que viene? Esto sí que no se lo podía creer, era ella ¿o ese chico le estaba pidiendo salir? Entonces se vino arriba. Quizá Lucía llevaba razón, quizás debía darse una nueva oportunidad. Además hasta ahora no se había fijado pero el tal Alberto no estaba nada mal, tenia unos ojos verdes preciosos y sus manos también le gustaban, no sabía por qué pero siempre se fijaba en las manos de los chicos.
- Bueno, creo que podría hacerlo- dijo mientras esbozaba una gran sonrisa para sus adentros.
- Genial, dime tu número y te llamo.

4 de junio de 2011

Golondrinas

Has vuelto. No sé por qué, pero has vuelto. Tu imagen, volver a verte, tu figura delante de mis ojos. Inmovil. No supe cómo reaccionar. ¿Qué debía hacer? Todavía no estoy preparada para esa clase de cosas. Tus ojos clavados en mi rostro, mirandome tan fíjamente que, aún ahora que no estás delante, solo su recuerdo, me hace estremecer. Me quedé helada, parecía como si una brisa gélida hubiera congelado mi sangre y robado mi voz. Fue algo muy extraño, es dificil asimilar que sigues vivo en alguna parte, lejos de mi. Cuando todo acabó, simplemente me hice creer a mi misma que ya no existías, que tu ser había desaparecido. Pero una mentira no suplanta nunca a la realidad, pues, por mucho que creas en ella, nunca se convierte en verdad.
Debes de ser como una golondrina, que, por muy lejos que huya, siempre acaba volviendo. Me buscaste, y me encontraste en aquella cafetería. Quizá hubieras querido que no te viera. No sé cómo explicar la sensación que me hizo mirar al exterior, fue como si supiera que estabas allí, mirandome. Firme. Soportando las bajas temperaturas del adentrado otoño ante el cristal. Podía ver cómo salía vaho de tu boca, esa boca que alguna vez fue mía.
Parecías lejano, distante. Algo había cambiado en ti. Pensé que quizás entrarías y comenzarías una conversación con una de esas frases que siempre utilizabas. En cambio, no, no entraste, te quedaste ahí parado, como sorprendido. No sé, no sabía qué hacer. Finalmente reuní fuerzas y me levanté de mi silla, caminé lentamente hacia la puerta y la abrí sin apartar la mirada de tus ojos grises. Entonces, cuando quizás pensaste que aquello no debía pasar, emprendiste rápidamente camino por la casi desierta y plomiza calle. Las luces de las farolas se encendieron anunciando la próxima desaparición del sol. Igual que la tuya. Tan pronto como apareciste, te fuiste de nuevo. En ese momento me di cuenta de que llevabas razón, era mejor que fuese así, porque yo nunca habría sido capaz de decirte que todavía no te he olvidado y eso me hubiera matado por dentro.

Related Posts with Thumbnails