Aún recuerdo el primer día. Tan claro como si lo estuviera reviviendo ahora mismo.
Puedo sentir los mismos nervios, aquellas preguntas que bombardeaban mi cabeza en el último momento;
¿Estoy guapa? ¿De qué hablaremos? ¿Y si me quedo en blanco y no sé que decirle? ¿Cómo le saludo, con un beso o dos?... Sí, en esas cosas pensaba yo aquel soleado día de julio mientras corría hacia la crepería. Ya que como es costumbre en mí; llegaba tarde.
Los transeúntes de la Gran Vía no me dejaban ver mi destino, unos cientos de metros más adelante. Él me estaba esperando allí, pero yo aún no lo veía.
Avanzando a paso rápido vislumbré las bombillas del rótulo. Debajo, la cristalera. Él estaba apoyado en ella mirando el móvil. El corazón me palpitaba tan fuerte que parecía que se me iba a salir del pecho.
Como si supiera que yo estaba allí observándole, levantó la cabeza y me miró sonriente. Bueno, me dije,
ya no hay vuelta a atrás.
Seguí hacia él con el paso más firme que pude conseguir en aquel momento, me acerqué y solté un escueto "hola" esperando no estar roja ya desde el principio. Él, más seguro que yo,-lo cual en aquel momento no era difícil- me besó en la mejilla, Dos, pensé.
- ¿Prefieres dentro o terraza?, su voz me devolvió a la tierra.
- Dentro mejor, hace mucho calor. Eso y que había llegado casi corriendo, hacían necesario un poco de aire acondicionado.
Elegimos la mesita del fondo a la izquierda y nos sentamos.Cogimos cada uno una carta.
Llevaba unos pantalones color camel y una camiseta blanca. Bien peinado y con una barba perfecta. Sus ojos marrones se movían según avanzaba en su lectura. Estaba más guapo de lo que esperaba. Por mi parte, yo seguía asombrada de que no oyera mis palpitaciones pues mi pecho vibraba como el altavoz de una discoteca un sábado por la noche.
- Yo quiero un crêpe de chocolate y una coca-cola, ¿y tú?
- Eh... ¿yo? Mmm... No había leído una sola línea de la carta. Un descafeinado de cafetera con leche y con hielo.
- ¿Un descafeinado en una crepería? Sonrió divertido.
Yo no sabía ni de qué hablar, así que fue él quien empezó. La verdad es que parecía que sólo hablaba él, ya que yo apenas intervenía en la conversación. Pero me encantaba oírle.
Llego el café y las manos me temblaban tanto que no sabía como iba a hacer para verter el café en el vaso con hielo.
- Trae, déjame a mí. Cogió la taza rozando mi mano y la echó en el vaso sin derramar ni una gota. Algo que si bien para mí es difícil normalmente, aquel día habría sido misión imposible.
Me miró fíjamente y sonrió.
- ¿Qué? dije yo intrigada.
- Tienes unos ojos verdes preciosos. Ahora sí estaba segura de estar roja como un tomate. Pero era perfecto. El sitio, el momento... Él.
Al ver mi reacción, siguió la conversación. Me hablaba de su familia, de su pasión -la informática-, de viajar... Había tanta energía en él, pero a la vez tanto sosiego que yo estaba fascinada.
En aquel momento lo supe, estaba claro: quería tener algo de verdad con él.