La historia de Julia

Capítulo uno

Sentada en la cama, Julia, mira distraída por la ventana. La verdad es que su vida no es lo que ella quisiera. Nada de lo que tiene en este momento le interesa. Solamente quisiera correr, correr sin cansarse, sin parar y llegar lejos, acabar su camino en un lugar remoto, alejado de todo ser humano, alejado de todo lo que pueda hacerle daño. Quisiera volar alto, como en sus sueños, tan alto que alcanza las estrellas. Pero como alguien dijo una vez, «Los sueños, sueños son».
Y ahí la vemos, sentada, con un gesto pensativo en su cara, intentando matar el tiempo que parece congelado. Si tan sólo tuviera en su vida algo interesante, algo que llamara su atención, que llenara su vida vacía... Entonces, Julia se pregunta si queda algo de sentimiento en este mundo, ¿Qué ha ocurrido con el amor? con aquellos fuertes y pasionales romances como los de Romeo y Julieta, Tristán e Isolda, amores que emergen desde lo más profundo de nuestro ser y que nos hacen crecer, luchar, vivir...¿Es posible que no exista nada parecido? ¿Es posible que lo que más se asemeje a aquellos apuestos caballeros sean ahora esos idiotas engreídos que rondan por las discotecas en busca de una presa fácil? No, Julia se niega a creerlo, es imposible que algo tan bonito sólo exista en las películas. Ojalá algún día pueda demostrarse a sí misma que se equivocó. Mientras tanto, prefiere engañarse y, seguir soñando.

Capitulo dos

- Julia te llama Lucía. El teléfono está en el salón.- gritó Dani.
- Dile que ya voy.
No me dejan en paz, si no es uno es otro, ¿Cómo quieren que apruebe matemáticas? Seguro que me va a preguntar si voy a la fiesta de la universidad este jueves. Pues no tengo intención de ir. Ya me imagino el plan; Alba buscando por todos lados un chico interesante, guapo, inteligente y que no le mire las tetas cuando le habla (cosa prácticamente imposible), Lucía liandose con el primer ligón que se le acerca y yo mirando como los demás se lo pasan bien mientras ahogo mis penas en un ron-cola. No, la verdad es que no le apetecía nada.
- Hola- dijo con una voz con la que intentaba mostrarle sus pocas ganas de hablar en aquel momento.
- Tía ¿estas desaparecida o qué? Llevo dos días que no se nada de ti. ¿Porqué no has ido al colegio?
- He estado mala en la cama y dándole vueltas a las cosas, ya sabes.
- Lo tuyo, Julia, no es normal ¿rayarte tanto por una cosa así?
- No era una cosa así, era algo más, bueno, al menos para mi.
- Bueno pero anímate anda, que ya encontrarás a tu príncipe. Sergio no ha sido más que un capítulo, y tienes que seguir escribiendo el libro.
Lucía y su habitual optimismo. Aunque quizás, esta vez, llevaba razón. Es verdad, porqué voy a estar yo sufriendo por un idiota que no supo valorarme. Y en ese momento de reflexión, cuando se estaba dando cuenta de que casi me había ganado, me soltó la esperada pregunta:
- Oye entonces ¿no vas a ir a la uni el jueves? Tia tienes que salir un poco, no es bueno quedarse encerrada en casa viendo la vida pasar.
- Está bien, me has convencido, y mira que no tenía ninguna gana de ir ¡eh!
- ¡Soy genial!- se le oyó decir a Lucía entre risas.

Capitulo tres

A las doce de la noche, las tres chicas se encontraban ya en el campus universitario. Como todavía no habían acabado el bachiller y sus visitas a la facultad habían sido escasas, se encontraban un poco desorientadas. Así que Lucía, dando muestra de su habitual desparpajo y falta de vergüenza, se dirigió  hacia la primera barra que vió y pidió tres cubatas de algo que le aconsejó un simpático camarero, con el que parecía haber entablado una conversación muy interesante. Por lo que Alba y Julia, viendo la poca intención de Lucía de separarse del camarero, decidieron ir a echar un vistazo. En menos de cinco minutos habian aparecido de la nada dos chicos, según dijeron, amigos del primo de Alba. Uno de ellos, Rodrigo, parecía estar muy interesado en Alba, cosa que a ella le pareció adorable, así que Julia terminó hablando con el otro, un tal Alberto. Era muy divertido y agradable, pero ella no se encontraba bien allí.  Al final, Julia llegó a la conclusión de que tenía que escaquearse e irse con cualquier escusa tonta.
- Perdona, voy un momento al baño ¿eh?
- Vale, te espero.
Julia se extrañó de lo facil que habia sido. Una vez liberada, decidió ir a un lugar tranquilo. Se fue alejando hacia unos árboles donde no parecía haber nadie. Se sentó en el suelo, posó el cubata en la hierba y se quedó absorta mirando al cielo. De vez en cuando se levantaba una fresca brisa, no se oía nada lo que la tranquilizó. Un montón de mosquitos rondaban la luz de la única farola que había por allí. Se preguntó si no habría sido mejor quedarse en casa aquella noche. De repente volvieron a su mente imagenes de la última vez que vio a Sergio. El pulso se le aceleró, no podía respirar, se levantó apoyandose a un árbol. No podía seguir así.
En ese momento oyó a alguien detrás:
- Ah, estás aquí... Imagino que te has ido por mi- Era Alberto. Julia sintió un alivio momentaneo ya que no era Sergio, pero, a la vez, se sintió culpable por Alberto. Él siguió hablando.
- No debería haber venido. ¿Qué me creía? Idiota, soy un idiota.
Julia sintió que debía intervenir.
- No digas eso, tú no tienes la culpa. La culpa es mía, estoy mal porque... porque acabo de salir de una relación muy complicada - no podía creer que esas palabras hubieran salido de su boca.
El problema soy yo. Verás, es que hoy no me encuentro con ánimos para ya sabes... necesito algo de tiempo. Tú pareces un chico genial, de verdad, y me encantaría conocerte, pero, hoy no es un buen día.
- Pues hazlo otro día. ¿Qué tal la semana que viene? Esto sí que no se lo podía creer, era ella ¿o ese chico le estaba pidiendo salir? Entonces se vino arriba. Quizá Lucía llevaba razón, quizás debía darse una nueva oportunidad. Además hasta ahora no se había fijado pero el tal Alberto no estaba nada mal, tenia unos ojos verdes preciosos y sus manos también le gustaban, no sabía por qué pero siempre se fijaba en las manos de los chicos.
- Bueno, creo que podría hacerlo- dijo mientras esbozaba una gran sonrisa para sus adentros.
- Genial, dime tu número y te llamo.

Capítulo cuatro

Siento que un ligero nerviosismo se apodera de mi rápidamente. Y es que, mírate Julia, con tu ropa favorita, maquillada como una puerta y sentada en una mesa de un bonito café retro del centro. Pero, más nerviosa que nunca, más frágil que una pluma a la que sólo le hace falta un tenue soplo de viento para salir volando precipitadamente.
Está bien, Julia, vamos a distraernos un poco. Me fijo en la mesa de en frente; dos mujeres, de una edad cercana a los cuarenta, hablan y toman un café tranquilas mientras sus hijas se divierten jugando a ser mamás.
Son las seis, ya llega tarde, pues bien empezamos...
Dirijo mis ojos hacia la derecha. Un señor mayor, de apariencia agradable, pero que posee una gran tristeza en sus ojos, está solo en una mesa, y junto a él, una silla vacía. Se entretiene mareando la cuchara en su chocolate, que hace tiempo dejó de estar caliente. No puedo evitar desear que alguien ocupe esa silla vacía.
Miro el reloj. Sigue sin aparecer, ¡llega siete minutos tarde! No sé como continúo todavía aquí sentada. Siento unas ganas horribles de salir corriendo.
Aparece el camarero, un chico joven bastante atractivo el cual me pregunta amablemente si deseo pedir algo.
- No- respondo rápidamente. Estoy esperando a alguien.
El camarero se retira y se dirige de nuevo detrás de la barra.
Me doy la vuelta para ver si viene por el otro lado. Nada. La calle se va cubriendo lentamente con un manto oscuro. Puedo ver el vapor saliente de las bocas de los transeúntes. El invierno ya está aquí.
Vuelvo a mi posición anterior con cierta desgana. Un momento, ¿Desde cuando hay una rosa en mi mesa? Una preciosa y delicada rosa roja. En ese mismo momento, alguien me tapa los ojos.
- ¡Sorpresa! ¿Te gustan las rosas, verdad?- Ya ha llegado Alberto, él y una enorme sonrisa que le acompaña. No puedo negar que es encantador.
- Sí, claro, ¿a qué chica no le gustan las rosas?- digo mientras acerco la rosa a mi nariz.- Huele muy bien.
- Espero que no te haya molestado que llegara un poco tarde pero me he detenido un momento comprándola. Lo siento.
- No te preocupes, está todo bien.
Vuelve el camarero con una gran bandeja.
-¿Desean pedir ya los señores?- pregunta.
¿Señores? ¿Qué edad cree que tengo? Es igual.
- Sí, una cerveza y...- me mira esperando una respuesta.
- Un descafeinado de cafetera, gracias- contesto con una fingida sonrisa hacia el camarero.
Y después de un minuto y medio aproximadamente de miradas bajo un silencio sepulcral, Alberto comienza una, sin duda, larga conversación. Me habla de sus gustos y aficiones. Entre ellas el cine y la lectura, y sobre todo viajar por Europa, sí, ya lo sé Julia es idéntico a ti. También me habla de su familia- ahora sé que tiene una hermana pequeña, Valentina, y que vive con sus padres-. Ambos hablamos animadamente. La verdad es que me siento a gusto, tranquila, segura. Me alegra haber quedado con él.
Es hermoso, ojos verdes, cabello oscuro y ensortijado, pero, lo que más me gusta de él es que no deja de sonreír, y... yo tampoco. Me roza la mano, instintivamente miro de nuevo el reloj. Las nueve. ¿Las nueve? ¡No! me tengo que ir.
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